Custodio Velasco Mesa

"Fue en septiembre de 1987 cuando me subí a ese tren (el real y el metafórico). Lo hice con muchos interrogantes, una beca de 1.284 “ecus” (así consta en el documento de concesión) y una sola certeza: iba a cursar, en la Universidad Lumière Lyon-II, el último año de la Licenciatura en Historia Contemporánea. El contexto estaba marcado por dos grandes acontecimientos que suponían una novedad. España acababa de ingresar en 1986 en la UE, lo que muchos interpretaron como símbolo de la superación definitiva del “túnel” de la dictadura franquista. Por otra parte, la UE iniciaba en 1987 el Programa Erasmus al objeto de favorecer intercambios académicos que -junto a sus efectos en materia de progresos científicos- desarrollaran la comprensión multicultural entre los miembros de una Unión que crecía con las sucesivas ampliaciones.

 

Nada de todo aquello que ocurría en 1987 tenía, así pues, precedentes. En lo que a mí respecta, lo ignoraba casi todo del paso que iba a dar. Pero, por extraño que parezca, en ese no-saber residía parte de la elemental fascinación que sentía ante el proyecto vital y profesional que estaba a punto de iniciar.

 

En lo esencial, aquello supuso una experiencia y una lección vital extraordinarias. Más allá de que, en esos años, los Pirineos se percibían como una frontera no solo geográfica y que -en las asociaciones que compartíamos algunos- “viajar a Europa” era viajar a un espacio de modernidad arrebatada durante la dictadura y, conforme a ello, el descubrimiento de muchas cosas; de entre las profundas enseñanzas de todo aquello destacaría una: el aprendizaje a vivir  -a convivir- con la diversidad multicultural, con la diversidad a secas.

 

El país al que iba presentaba un escenario particularmente propicio para ello. Por una parte, en Francia coexistía un importante número de personas originarias de distintas áreas geográficas y culturales, fruto de las migraciones ligadas a su pasado colonial y postcolonial. Por otra parte, allí pude apreciar asimismo su tradición (de origen Ilustrado del siglo XVIII) de respeto a opiniones y creencias ajenas. Por supuesto (pese a que en 1987 no era tan visible como lo es ahora) también estaba la otra Francia, la que yo llamo “Francia profunda”, la que históricamente ha ido en sentido opuesto a la “Ilustrada” y que -tras distintas vicisitudes- ha conducido al nacionalismo filonazi y antieuropeísta de los Le Pen. Con todo, desde mi experiencia personal y desde la perspectiva que dan sus treinta años de vida, el Programa Erasmus constituye -en mi opinión- un poderoso antídoto contra los desafíos nacionalistas de la Europa del siglo XXI.

 

Mi trayectoria profesional tampoco puede entenderse totalmente sin el Programa Erasmus. Solo destacaré dos datos reveladores. Primero: además de permitirme controlar un segundo idioma que habría de abrirme horizontes académicos y vitales, en el año cursado en la Universidad de Lyon presenté mi Tesina bajo la dirección de quien se convertiría asimismo en codirector de mi Tesis doctoral. Fue, por tanto, a partir de aquel encuentro que inicié mi línea de investigación medular -orientada al análisis comparado internacional- que se ha diversificado con el paso de los años. Por añadidura y en segundo lugar, no es azaroso que forme parte del puñado de europeístas (entre quienes también están Rafael Sánchez Mantero, Marycruz Arcos, Eulalia Petit, Luis Palma y Antonio García) que en 2008 confeccionamos uno de los pocos másteres sobre la UE que ofertan las universidades españolas: el “Máster en Estudios Europeos” de la US. De él he sido coordinador y sigo siendo docente. La asignatura que propuse y que imparto desde entonces, La construcción de la identidad europea y sus desafíos nacionalistas, más allá de abordar uno de los principales problemas a los que se enfrenta la UE en la actualidad, constituye, en parte, la metáfora de una semblanza, del recorrido que inicié con aquel tren en 1987.

 

Etiquetas de esta noticia